



Cuando se habla de ciberseguridad, casi siempre se piensa en tecnología. Hackers, firewalls, antivirus, licencias, backups, ataques deliberados, la nube.
Algunas organizaciones ya invierten de forma consistente en prevención tecnológica y están familiarizadas con esos términos. Otras están dando sus primeros pasos.
Pero, independientemente del nivel de madurez, en la mayoría de las empresas persiste el mismo punto ciego: el lado humano de la seguridad.
La ciberseguridad no falla únicamente por falta de herramientas. Falla cuando la forma en que las personas usan sus accesos queda fuera del radar.
Usuarios, permisos, excepciones, urgencias, accesos “temporales” que se vuelven permanentes. Todo eso construye una realidad operativa que la tecnología, por sí sola, no puede corregir.
En las personas se concentra hoy la mayor vulnerabilidad: por encima de lo que muchas soluciones técnicas pueden prevenir o bloquear.
En la práctica, los mayores riesgos no aparecen por malas intenciones ni por descuido, sino por decisiones cotidianas y perfectamente razonables:
Nada de esto parece peligroso en el momento. El problema aparece cuando estas decisiones se acumulan y nunca se revisan en conjunto.
Con el tiempo, estas prácticas se normalizan. La empresa sigue operando. Nada se rompe. No hay alertas visibles. Pero la superficie de ataque crece en silencio.
Cuando ocurre un incidente, rara vez entra rompiendo sistemas. Entra usando accesos válidos, otorgados por personas, en contextos totalmente normales.
Active Directory y Entra ID no son solo plataformas técnicas. Son el reflejo digital de cómo funciona una empresa en la práctica.
Ahí quedan registradas urgencias pasadas, excepciones nunca cerradas, cambios de rol y accesos que nadie volvió a cuestionar.
Si ese reflejo no se ordena, la tecnología alrededor no alcanza para compensar el riesgo.
La mayoría de las empresas no tiene un problema de intención ni de inversión. Tiene un problema de visibilidad.
Sin una foto clara:
Casos como cuentas activas que nadie recuerda no son excepciones. Son síntomas de una gestión de identidades que nunca se miró de forma integral.
Por eso, más que reaccionar a escenarios puntuales, el verdadero valor está en entender el estado completo de los accesos: qué existe, por qué existe y con qué nivel de riesgo.
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